El suicidio es una cobardía.
Napoleón
Suicidarse es subirse en marcha a un coche fúnebre.
J. Poncele
El suicida es el antípoda del mártir. El mártir es un hombre que se preocupa de tal modo por lo ajeno, que olvida su propia existencia. El suicida se preocupa tan poco de lo que no sea él mismo, que desea el aniquilamiento general.
Chesterton
La desesperación es ya en sí una especie de suicidio.
E. G. Stevens
El único problema filosófico es el suicidio.
A. Camus
Manuel A. Paz y Miño*
El Suicidio: ¿cosa de valientes?
En estos momentos mientras Ud. lee estas líneas muchísimos seres humanos --hombres, mujeres y niños-- alrededor del mundo desean con gran intensidad no seguir viviendo más, es decir, morirse. De ese inmenso grupo sólo una pequeña parte intenta llevar a la práctica con sus propias manos su cometido --una gran parte simplemente para llamar la atención--. Y de entre ellos muy pocos logran suicidarse (2).
Las causas de tales deseos de muerte son múltiples y diversas: La pérdida física o abandono del cónyuge, enamorado(a) o de algún ser u objeto muy querido puede llevar a tal decisión. Una grave crisis económica, la quiebra del propio negocio, el fracaso de nuestra profesión, también puede empujarnos a ello el desprestigio o la humillación social --al descubrírsenos algún fraude, delito o inmoralidad, o al perder una batalla o no querer caer prisioneros para ser torturados o vejados--, una mala nota en el colegio o la universidad --o no poder haber ingresado a ésta--, un acentuado maltrato emocional, la pérdida o desilusión de nuestros más caros valores morales, el temor a ser obligados a cambiar de fe, una acentuada crisis existencial o psicológica, etc., etc.
Las depresiones con motivo o sin motivo aparente (causas endocrina o neurológicas) acompañan siempre al suicida potencial (3), salvo los héroes y mártires que entregan su vida por los demás o al servicio de un ideal o causa "trascendente" cuyas motivaciones no son necesariamente individualmente tristes si no, al contrario, con sentimientos positivos de coraje, nobleza, abnegación, solidaridad, autosatisfacción, alegría, orgullo, gozo o triunfo (4).
Hay también quienes se han suicidado al ser conscientes de la nimiedad de la existencia, de lo absurdo de la vida humana --en general o propia--, de su contradicción, de su dolor, de su injusticia. Es el suicido racionalmente fundamentado y optativo, dignamente valiente y protestatario.
Crítica y apología del suicidio (en contra y a favor de la autoeliminación)
En nuestra llamada civilización occidental --cuya moral predominante y oficial está basada en el judeocristianismo-- se cataloga de llano, a la autoeliminación, esto es, al suicidio, como algo negativo, algo que debe ser rechazado y aborrecido. Se aduce que el suicidio es un acto de cobardía o un tremendo pecado o falta pues sólo Dios tiene derecho a dar y a quitar la vida que El mismo creó.
¿Por qué se califica al suicida de cobarde? Porque se considera que la persona que llegó a tan extrema determinación lo hizo empujado, si fuera el caso, llevado por una insoportable y desesperadísima situación la cual no pudo sobrellevar estoicamente, con valor, hidalguía y dignidad. Pudiera ser que no encontrase una solución pronta a algún problema económico grave o que la persona a quien ama (apasionadamente) crea irreemplazable y que el insondable dolor ante su pérdida será eterno, o que sintiera y creyera que su vida es inútil, que no vale ni un comino o que no tiene sentido por diversos fracasos, etc. Entonces se diría «no luchó, no afrontó dignamente la adversidad», «se desesperó y no vio que todo problema tiene una solución, una salida». El suicida potencial sería una persona que no puede soportar la angustia, el terror a la vida que muchas veces embarga a cualquier ser humano. O la depresión oscura y tenebrosa que puede embargarnos y entristecernos hasta tal punto que queramos morir. Es tal el sufrimiento que se puede pensar que nada lo eliminará --ningún placer existente en este mundo-- que sólo la muerte aliviará al suicida potencial, que sólo ella le salvará. Ante todos sus problemas se le presenta una solución rápida y definitiva evadiéndolos en la autoeliminación.
Entonces sus críticos podrán decir nuevamente «no tuvo el valor, el coraje, el conocimiento o la capacidad suficiente para afrontar la vida y sus innumerables y variadas vicisitudes». O simplemente «no tuvo una guía, una brújula adecuada ante la vida».
Para los creyentes la muerte debe ser esperada, no buscada y si evitada en lo posible. La vida es un don divino, «no matarás» nos dice, por ejemplo, la Biblia --una de diversas "Sagradas Escrituras"--. El hombre no ha creado su propia vida, por el contrario él es solamente una criatura, entonces no tiene el derecho a quitársela a sí mismo.
Ante tal postura podemos dar algunas ideas en contra tanto de tipo gnoseológico como ético. Fácilmente podemos negar lo anterior diciendo que no hay dioses ni lo sobrenatural, que nuestra existencia puede ser explicada en términos materiales y racionales. Por tanto no debemos ni daremos cuentas a nadie (divino) de nuestros actos --salvo a nuestras conciencias y sociedades--.
Por otra parte, ¿qué necesidad tengo de seguir viviendo, siendo ya muy anciano e incapaz de auto-sostenerme, cuando ya no hay fuerzas para continuar o si me encontrara imposibilitado de moverme casi por completo sea por una enfermedad o accidente?, ¿qué necesidad tengo de seguir viviendo cuando ya no encuentro ningún sentido a mi existir, cuando el deseo por la vida se ha ido?, ¿por qué obligar a un ser humano a hacer lo que no desea, en este caso a no seguir viviendo?
Así como tenemos derecho a escoger, por voluntad propia y no por la ajena, a escoger una profesión, lugar de residencia, compañera(o), amistades, diversiones, tipos de ropa y de comida, también tenemos derecho a decidir cuando dejar de existir (o seguir viviendo). Todos los seres humanos tenemos derecho a vivir y a dejar de hacerlo cuando queramos. Si tenemos el derecho de elegir cómo vivir, ¿por qué no tenerlo en cuanto a cómo morir?
Sin embargo, los críticos de la autoeliminación podrían argumentar en contra de la autonomía del suicida aduciendo que el no es amo absoluto de sus propias acciones ya que todo lo que hagamos --o dejemos de hacer-- repercutirá en los demás, en nuestros semejantes. Nuestra mortal determinación con seguridad traerá consecuencias negativas en los que quedan vivos, es decir, deudos, amigos, conocidos y demás. Sería juzgado como un mal ejemplo que quizá alguno quiera imitar, un motivo de gran tristeza o pena.
En realidad, las acciones que alguien realice influyen en los otros --en mayor o menor grado-- pero no determinan el accionar de estos. Claro que somos seres en constante interacción con nuestro medio y con nuestros semejantes. Lo que uno haga es solamente una pequeña parte de toda la totalidad de circunstancias, vivencias, estímulos, datos, etc. que reciben los demás de la sociedad y que les hace actuar así o asá. Es difícil determinar con exactitud qué elementos influyen en el accionar de un individuo. Este posee un carácter, una personalidad, una forma de sentir, interpretar y moverse en el mundo. ¿Pero de dónde provienen tales? Como seres biológicos traemos una herencia genética legada por nuestros ancestros y como entes sociales aprendemos a comportarnos de acuerdo a nuestro entorno y posibilidades.
Si cualquier acción nuestra produjera una imitación inmediata o masiva podríamos manipular a la gente según nuestro antojo. Mas feliz y realmente esto no es así (5).
Es cierto que muchos suicidas han cometido su último acto irreversible por causas que muy bien pudieron ser solucionadas ya sea por ellos mismos o gracias a una ayuda externa. Pero el suicida en potencia es un ser desesperado, angustiado, confundido que tal vez sólo le bastara una palabra de aliento o esperanza para que pudiera seguir subsistiendo en el diario luchar --y gozar-- que es la vida humana. No obstante, el suicidio que defendemos sería uno optado con conciencia, premeditación, calma y frialdad. Llega un momento en el cual uno hace un balance de la vida (o mejor dicho de su vida) y puede concluir que la vida ya no vale la pena ser vivida. (Por ejemplo, en casos de vejez avanzada donde ya uno no se puede cuidar o valerse por sí mismo ni controlar sus esfínteres o cuando se sufre una terrible, penosa y dolorosa enfermedad incurable. Aquí ya podemos estar hablando de eutanasia).
No obstante, ¿para qué suicidarse si de todas formas moriremos tarde o temprano? Las angustias, las penas, los temores, las decepciones, los fracasos, el aburrimiento y la soledad no son eternos, pasan, así también el deseo y el impulso de la autoeliminación (6), nuevamente hay el deseo de vivir para uno mismo y para los demás, de disfrutar de las cosas buenas de la vida, de la naturaleza y la sociedad (Aunque claro está, como hemos dicho, ciertos factores bioquímicos, psicológicos o sociales pueden anular o cercenar tal deseo).
En este mundo --tal vez haya o no otros semejantes-- ocurren demasiadas desgracias como para agregar una más. El saber que alguien ha muerto por sus propias manos no nos trae felicidad (7). Piénsese en la inmensa pena de los padres del suicida, en el inmenso dolor de sus hijos, de su novia y/o cónyuge o en la tristeza de los amigos que le aprecian. Pena siempre presente inconsolable. Por otro lado, medítese en el estímulo morboso y «ejemplificador» que puede ser para otros la autoeliminación. Podemos traer poco o mucho consuelo y alegría para nosotros mismos como para los demás --claro que también lo contrario--. Está en nuestras manos --hasta donde las circunstancias lo permitan-- el hacerlo con cada pensamiento, emoción y acción.
La Eutanasia: ¿Suicidio encubierto?
Con cada nuevo gran descubrimiento o avance cognoscitivo la ciencia nos da nuevas definiciones de lo que es la realidad, la naturaleza y el ser humano y por ende el bien y el mal. Atrás van quedando las nociones antiguas que privilegiaban la Tierra y la Humanidad por sobre otros astros y seres vivientes respectivamente (8).
Además, al mejorar las condiciones materiales, la salud misma de los hombres, mujeres y niños llegó a obtener un nivel más óptimo (9). Así muchos llegaron --y otros más llegarán-- a tener una vejez prolongada aunque no siempre lúcida (duración contra calidad de vida) (10), de ahí el planteamiento de la posibilidad de tener una muerte digna, voluntaria y autónoma (suicidio racional) o médicamente piadosa (eutanasia) que evite el innecesario sufrimiento. Lo mismo se llegó a aducir con respecto a aquellos incapacitados a tener una vida consciente --descerebrados-- y a la vez condenados a tener una vida artificialmente vegetativa.
Sin embargo, nuevas fronteras se están abriendo y traspasando. Lo que hasta no hace mucho era parte de la ciencia-ficción, ya es una realidad: hay máquinas de la muerte (11), incluso manejadas por computadora (12) para que el mismo paciente que haya decidido dejar este mundo se auto-elimine. En este caso se hablaría de eutanasia activa pues el próximo a morir participa dinámicamente en su cercana muerte (también puede hacerlo dejando un testamento en vida donde especifique su deseo). En cambio en la eutanasia pasiva el paciente no tiene conciencia de nada por eso no tiene decisión propia, ésta recae en sus familiares o en aquellos que lo cuidan. En ambas la colaboración de los médicos, consejeros éticos o religiosos y abogados es necesaria --en donde está legalizada, esto es, en ciertos países desarrollados--.
En la eutanasia se deja de un lado la norma de evitar la muerte a toda costa, más bien lo que prima es evitar el dolor y el sufrimiento específicamente en las enfermedades prolongadas e incurables. En estas circunstancias la muerte se presenta como la mejor alternativa ante un sufrimiento prolongado e innecesario.
Como muchas otras actividades y prácticas --como el aborto, el homosexualismo, la prostitución, el uso de drogas, etc.-- la eutanasia involucra juicios morales y legales ambivalentes o duales. ¿Qué queremos decir con esto? Simplemente que hay dos extremos en su apreciación: una de aceptación y respeto, y otro de rechazo y condena. Claro está, en los países desarrollados occidentales la apertura es mayor que en los países atrasados cultural y tecnológicamente.
Los que valoran de forma negativa la eutanasia aducen que Dios es el autor y creador de la vida y de todo lo existente, por tanto sólo él tiene el derecho de decidir cuando terminar con la vida de cualquiera de sus criaturas. Llaman a la eutanasia asesinato --si un médico o un tercero es quien termina con la vida del paciente al desactivar los mecanismos que harán que su corazón y pulmones sigan funcionando-- o suicidio --si el paciente deja de continuar medicamentándose o si se inyecta o introduce una sustancia letal--. Lo más grave, dicen, es que este concepto de eutanasia se puede extender para aplicarse a los bebés o niños con deficiencias congénitas --como el conocido Síndrome de Down-- o a los ancianos. ¿Quién sabe que luego se pueda extender a los vagos o a los niños abandonados?
Los que están a favor de la eutanasia la califican de un acto piadoso y humanitario: ¿no es acaso inhumano el sufrimiento prolongado e innecesario? El médico que la aplica ¿no está evitando que su paciente sufra? El paciente que la pide ¿no está haciendo uso de su libertad, un derecho fundamental e inalienable a todo ser humano? Libertad de pensamiento, creencia y acción. ¿No se evita también que los familiares y amigos cercanos sufran también? ¿Dios --de existir-- no nos ha dado libre albedrío? Y si hemos optado por dejar de sufrir innecesariamente, ¿por qué no aplicársenos la eutanasia? Ya que si somos responsables de nuestra vida y actos, ¿por qué no serlo también de nuestra muerte?
Con todo se hace necesario una adecuada y realista preparación para la muerte. Vivimos diaria y cotidianamente como si ella no existiera, como si no se nos fuera aparecer en cualquier momento, como si fuéramos inmortales, como si todo lo que hacemos fuera imprescindible, trascendente o eterno.
Vamos camino a la muerte, venimos a este mundo sin nada, y nada nos llevaremos. Todo lo demás es sueño, ilusión. Pero mientras tengamos vida sigamos soñando, total no nos cuesta nada... solamente vivir y todo lo que ello implica, haciendo el bien o el mal en cada momento, en cada instante, haciendo de este mundo un mejor lugar, uno lindo, rico y agradable o uno peor, horrible, miserable y repulsivo.
*Manuel A. Paz y Miño, es Licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima-Perú (1992) y Magíster en Ética Aplicada por la Universidad de Linköping, Suecia (2009).
NOTAS
(1) Originalmente publicado en Paz y Miño, Manuel A.: LOGOS: Los grandes interrogantes del hombre Lima: Ediciones RPFA, 1999.
(2) Según la Organización Mundial de la Salud más de 800,000 personas logran suicidarse cada año, es decir, alguien se mata cada 40 segundos. Entre la gente de 15 a 29 años, el suicidio es la segunda causa de muerte. V. Organización Mundial de la Salud. "Salud mental. Datos y crifras sobre el suicidio: infografía". https://www.who.int/mental_health/suicide-prevention/infographic/es/
(4) Pensemos en los héroes de guerra que prefirieron dar sus vidas antes de entregar la Patria o algo que la represente, o en aquellos que entregan sus vidas por las de los demás --como algunos bomberos, médicos, enfermeras, curas, monjas, misioneros, predicadores, etc.
(5) Sí, no con cualquiera podemos hacerlo pero sí con ciertas acciones muy bien encauzadas y en determinadas circunstancias. Esto lo saben los grandes seductores que pueden usar sus encantos o bienes para manejar a otros, los líderes religiosos --recuérdese el suicidio masivo del Templo del Pueblo en Guyana-- y políticos carismáticos, los psicólogos, los psiquiatras, los publicistas y los comunicadores expertos en control mental y manipulación de la opinión de las masas que usan la prensa, la radio y la televisión así como ciertas ideas, deseos, personajes de renombre, etc.
Por otra parte, de hecho, el ejemplo de los padres --los seres más cercanos a los hijos-- influenciará en gran manera en el modelo a seguir de sus vástagos e incluso en otros seres amados. Esto es, ellos repetirán sus virtudes y vicios... hasta cierto punto.
(6) He ahí la clave para «escapar» de tan radical determinación: el iniciar alguna actividad que produzca placer, gozo o felicidad para uno mismo o para los demás (esto es preferible). Si tenemos penurias económicas ¡esforcémonos, luchemos más! Si no encontramos trabajo, ¡creemos uno! Si nuestra(o) amada(o) no nos hace caso o nos ha dejado o traicionado, ¡busquemos otra(o)! Si nos desgarra la miseria e injusticia de este mundo, ¡sembremos un poco de paz, justicia o alegría compartiendo lo poco o lo mucho que sepamos o tengamos! Si la depresión es constante y no se ve sin motivo aparente visitemos al médico.
(7) Pero, ¿qué de aquellos que se auto-inmolaron por un ideal noble o ante una ineludible amenaza atormentadora y torturante? ¿No sería preferible en estas circunstancias un suicidio rápido e indoloro, que podríamos aun calificar de digno y humanitario? ¿Acaso no podemos escoger cuando morir ya que no hemos podido elegir cuando nacer y en dónde pasar nuestra niñez y adolescencia?
(8) Gracias a los aportes de Copérnico y Galileo en astronomía y a los de Darwin y Freud en biología y psicología. Es la dinámica social la que empuja a los nuevos patrones morales y legales a pesar de la fuerza de la tradición y la religión.
(9) Por cierto sobre todo en los países adelantados económica y tecnológicamente puesto que en los demás --en los llamados subdesarrollados, en vías de desarrollo, neo-coloniales, tercer o cuarto-mundistas, o del Hemisferio Sur-- la vida misma corre riesgo de existir: la mortalidad infantil es alta, sea por los bajísimos niveles nutricionales --léase hambre o falta de o mala alimentación--, por ignorancia o pobreza en la lucha contra enfermedades curables; el promedio de vida de los adultos es inferior o se parece al del de otras épocas; las muertes por guerras civiles o no, son muchísimas.
(10) La fuente de la eterna juventud y la victoria sobre la muerte han sido buscadas desde siempre. Ahora hay algunas dietas, sustancias y drogas que son promocionadas como rejuvenecedoras melatonina, la placenta humana, etc.), además de la cirugía estética.
(11) El Dr. Jack Kevorkian, el controvertido médico estadounidense enjuiciado muchas veces por practicar la eutanasia, creó una máquina que inyectaba veneno que los mismos pacientes activaban con botones.
(12) En Australia ya existe una máquina así desde 1996.
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